El Niño de Elche viene sonando cada vez más. Un concierto por aquí, una performance por allá, alabanzas de tu amigo el moderno, vituperios de tu primo el flamenco, regocijo de intelectuales progresistas. Puedes leer reseñas o entrevistas, la mayoría laudatorias, en todos los periódicos nacionales y en casi cualquier web que se ocupe del panorama artístico. Púlpitos no le faltan. Si quieres tomarle el pulso a las nuevas tendencias no comerciales, tienes que ver al Niño de Elche –y no sólo escucharle-.
Niño de Elche- Casa Patas 2016 |
Con una juventud ligada a los
certámenes flamencos y al mundo del cante jondo tradicional, Francisco
Contreras, que así es como se llama el ilicitano, ha devenido en músico
transgresor y comprometido. Arte y política van entretejidos en su espectáculo
hasta urdir una red en la que el público cae con gusto. Aunque quizás tras una
reflexión en frío, como le pasó a este escribiente, alguno sienta que fue
pescado antes por el carisma y el talento del pescador que por la consistencia
de la caña y la pureza del cebo. Vayamos al río:
En la orilla artística los peces
comen felices y pueden acabar picando si aceptan con agrado los engodos de
sabor estrafalario. Como decía Mairena refiriéndose a Morente, el Niño de Elche
cultiva un cante futurista, esbozando lo que puede ser el flamenco de mañana,
procediendo con conocimiento y honestidad. Esa erudición la demuestra, por
ejemplo, cantándose un delicioso mirabrás al estilo tradicional, pero también
–y sobre todo, añadiría yo- con las caricaturas
vocales con las que abre el concierto.
Junto a Raúl Cantizano a la guitarra. |
Deformando y deconstruyendo voces,
contorsionando la cara y el cuerpo en el intento, el artista resucita a Talega,
a la Perrata
o a un espeluznante Agujetas, entre otros, como pasados por la garganta
estrambótica de un Valle Inclán. En estos lances es donde el Niño manifiesta
conocimiento de fondo y talento en la forma. Uno, que es purista, pensaba algo
así como “esto no debería gustarme, pero lo está haciendo; y me jode”. El arte
siguió caudolasamente su curso con preciosas canciones sobre preciosos textos
(soleá aporrá con letra de Antonio Orihuela, informe para Costa Rica, Rosario la Dinamitera…), rondando
la estética flamenca (sólo la estética), henchido de sentimiento, desbordado de
pellizco. También hay recodos donde el
río se enfanga y los peces nos sentimos gilipollas, como cuando Raúl Cantizano
(ningún dechado de virtudes, por cierto) le instala unos ventiladores a su
guitarra o como cuando, en general, la pareja protagonista se entrega a la
performance gratuita. Para esas digestiones los peces del banco vulgar estamos
a cien mil leguas de lecturas submarinas, nadando ignorantemente tan sólo en la
prehistoria de la postmodernidad.
En la orilla política pican con
gusto los peces más izquierdistas, así como los intelectuales que comprenden el
último grito reivindicativo. Si eres una tristecarpa del Guadiana, a medio
camino entre el arroyo y el océano, puedes no acabar tragándote el cebo porque
ya estásentre empachado y desganado con el discurso trans-queer -el cantaor acabó
el concierto con una camiseta en la que ponía “Loca del coño”-, las referencias
a Paul B. Preciado, la homosexualidad o con un alegato pretendidamente político
bañado en elevada cultura. De esa forma puede que se revolucionen los tiburones
como Almodóvar, presente en la sala, no los que siempre acaban –acabamos-
servidos para ser devorados en la mesa del capital.
Niño de Elche: ¿Hablamos de Bacon? |
Hay que reprocharle al Niño
de Elche, también, el victimísmo. Quejarse de no ser aceptado por flamencos e
instituciones cuando estás cantando en Casa Patas y actúas regularmente en
espacios públicos (museos, ciclos, etc.) es olvidarse de la mucha y buena gente
que cultiva su arte sin puerto de amarre, además de faltarle a la realidad.
Tras dos horas de espectáculo,
donde el derroche de energía en escena es incontestable, uno sale admirado por
el oficio del Niño de Elche, por el amor que le pone y el valor que le echa.
Sucede, no obstante, que soy un pez campesino al que le ahogan las nuevas
corrientes. Salí satisfecho, pero no repetiré.
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