Escribo esto dos días después del concierto, mientras trato de asimilar y poner en contexto lo vivido el pasado viernes en la sala El Sol. Cerca de dos horas de concierto (¿o fue más el tiempo que pasamos inmersos en ese universo que con trazos repletos de delicadeza nos pintaron Eilen y sus secuaces?) en las que Eilen no solo demostró su maestría sobre el escenario, sino que además dejó clara su pertenencia a ese Olimpo de elegidas al que pertenecen otras grandes damas del folk rock americano como Emylou Harris, Alison Krauss o Lucinda Williams.
Pero volvamos al viernes.
Noche lluviosa e invernal en Madrid para recibir a esta “Reina de la Escala Menor” procedente de Idaho, un clima que nos persigue mientras bajamos las escaleras en busca del calor humano exhalado por el público que llena una Sala El Sol remozada para la celebración de este su 40º aniversario de existencia. Es el público de las grandes ocasiones y se percibe la expectación en el ambiente como la carga eléctrica en el aire poco antes de desatarse la tormenta.
Eilen es pequeñita, de complexión aparentemente frágil, y casi parece que se aferre a la guitarra como si necesitase de su apoyo para sostenerse sobre el escenario, pero, una vez que comienza a cantar, despliega una grandeza y una seguridad apabullantes sobre toda la audiencia. Viene a presentar su décimo disco y así lo deja claro en los primeros minutos del concierto en los que se dedica a mostrarnos las canciones que lo componen. Interpreta “Gypsy”, que da título al disco, “Hard Times”, “Crawl” o “Miles to Go”. Lo hace acompañada de su banda habitual que integran el septuagenario Jerry Miller, a la guitarra vaquera, Jason Beck a la batería, y Mat Murphy al contrabajo.
El sonido de la banda es compacto y claro. De estructura simple pero cargado de los matices que aportan los coros y los riffs de guitarra. Muy por encima destaca la voz de Eilen, acentuada por el vibrato de la guitarra de Jerry, que nos traslada inequívocamente a ese paisaje de amplias llanuras en el que los límites son difusos y el rock y el country se dejan contaminar por los sonidos procedentes del otro lado de la frontera.
Y Eilen no deja de demostrar su manejo del castellano entre canción y canción. Curiosa la relación que mantiene con nuestro país, no sólo por sus continuas visitas. Ni siquiera porque haya titulado una de sus canciones con el nombre de un conocido combinado patrio, “Kalimotxo”. La primera vez que vino a Madrid lo hizo gracias a la tienda de discos Radiocity (en cuyo honor tituló una de sus canciones). En esta ocasión casi se podría decir que haya venido a despedirla puesto que la tienda cerró recientemente y se la pudo ver celebrando el pre-concierto con sus propietarios. Se nota que disfruta sus visitas a la ciudad y deja traslucir esa conexión con el público madrileño a lo largo de todo el concierto, bromeando y contando anécdotas.
Tras esa descarga inicial de temas, aprovecha para mirar en el espejo retrovisor y mostrarnos algunas de las canciones de sus anteriores discos como “Rain Roll In”, “These Blues” o el Honky Tonk “Heartache Boulevard”, pero también para homenajear a su adorada Loreta Lynn (a la que dedicó el disco de versiones Butcher Holler) con la estupenda “Deep as Your Pocket”.
Llega el momento de una breve pausa, el momento de presentarnos a su mano derecha a la guitarra eléctrica (it’s Miller time, aunque en la sala sirven otra marca de cerveza), el increíble Jerry Miller, de longeva vida musical, quien tiene su propia banda, y con quien, nos cuenta, ha
colaborado para grabar “You Care Enough to Lie” en el último disco de Pinto Benett, canción que interpretan seguida de esa celebración de las noches de autoestima etílica que es “High Self Booze”.
Pero sin duda alguna, el momento más emotivo del concierto llega con la interpretación de la preciosa “Santa Fe”, de su disco “Queen of the Minor Key”, que es coreada por un público completamente entregado a estas alturas a la cantante de Boise. Después vendrían “I Remember You”, del mismo disco, “Working Hard For Your Love”, “Sea of Tears” y “Witness”, tras las que llega la hora de rendir sentido tributo al Blues, un estilo que la banda maneja con la naturalidad de quien se ha criado musicalmente a su sombra, con lo que encauzan la recta final del concierto interpretando algunas de las canciones de su disco de versiones de blues del 2017. Es tiempo de coger la tabla de lavar como acompañamiento rítmico e interpretar el blues añejo de Big Maybelle y su canción “Don’t Leave Poor me”, el de Willie Dixon con “You’ll be Mine” o, como no, el de Bessie Smith con “Downhearted Blues”.
Y así el campo ha quedado despejado, la cosecha recogida y una vez que el grano ha sido separado de la paja, no queda otra cosa que celebrar el final de la jornada (y del concierto) con una despedida apoteósica. Suenan la roadsong “Back To Dallas” y la divertida “79 Cents (the meow song)”, dejando para los bises una acojonante versión del clásico garajero “Shakin’ All Over” con la que dicen adiós a una sala en pleno éxtasis.
Hay pocas ocasiones de asistir a un espectáculo tan humilde y sincero. Un ejemplo de honestidad interpretativa, sin pretensiones, con la experiencia que dan los años recorriendo esos escenarios del mundo. Nuevamente pudimos disfrutar del placer de ser testigos de esa liturgia entre una artista y sus canciones, y sentirnos privilegiados por permitírsenos estar presentes en ese momento íntimo. Gracias.
Texto e Imágenes: Miguel Á. Garzás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario