viernes, 12 de julio de 2019

Reseña Vinylola: Pink Floyd Exhibition "Their mortal remains". IFEMA Madrid.


¿Alguna vez habéis estado en el parque Juan Carlos I? Aquello es un auténtico erial. A las cuatro de la tarde de un día de julio ni las ánimas… y lo que en principio parecía buena idea se convirtió en todo un reto cuando vi que durante la mayor parte del recorrido que cruza el parque no hay apenas vegetación que pueda proporcionar la tan deseada sombra (y frescor) a ese calvario de más de dos kilómetros en el que pasé por la escultura del mundo, el parque del barco de los piratas, el campo de los olivos o la estufa fría (mal nombre para un conjunto escultórico en una explanada a 40 grados). Sólo al final del recorrido encontré algo más de verdor, algo más de sombra y algo más de vida, tres cosas que suelen ir juntas, algo que nuestro ínclito ayuntamiento debería tener más en cuenta.

Ayer era día de festival y la entrada al MadCool coincide con la del Ifema. El despliegue de vigilantes y tarjeteros a lo largo del recorrido hasta el pabellón 4 era alucinante y en mi despiste no tuve más remedio que preguntar a uno de estos últimos que era lo que se cocía… por supuesto, el tan cacareado Festival de Madrid se celebra en una enorme explanada detrás del Ifema, no muy lejos del Parque Juan Carlos I y las filas de controles que alegremente atravesé hasta llegar a la exposición de Pink Floyd no estaban allí para evitar que alguno de los cuatro o cinco gatos contados que la visitábamos en una calurosa tarde de verano introdujese bebida, comida u otros objetos peligrosos al pabellón.

Tengo que reconocer que “Their Mortal Remains” es una exposición para fans, muy fans de Pink Floyd. El precio de la entrada es elevado (17,50) y tal vez no todo el mundo esté en disposición de disfrutar plenamente de la visita teniendo en cuenta esto. Yo sí soy fan y yo sí lo pasé como un enano con todo cuanto ofrecía la muestra. Desde el pasillo de acceso plagado de la cartelería puramente psicodélica de los inicios de la banda, hasta la sala de conciertos con la proyección de videos en directo del final. Eso sí, evité en lo posible recrearme en esa sala de Merchandising tan habitual a la salida de toda exposición que se precie. El estado de euforia no es buen consejero y uno puede acabar comprando cualquier cosa, por inútil o excesiva que nos pueda parecer a posteriori.

No voy a tratar de describir los objetos que componen la exposición. Hay recuerdos de todo tipo, desde los más obvios (las guitarras, pedales de efectos, sintetizadores) hasta los más inusuales (cartas, pinturas, disposiciones escénicas). Me ha parecido más interesante aprovechar el recorrido de la exposición para tratar de darle algún sentido a la carrera de Pink Floyd. Desde un punto de vista.



El paseo previo a través del parque y el estado de agotamiento ayudaron a alcanzar cierto tipo de ánimo lisérgico que le vino al pelo al ambiente psicodélico de las primeras salas de la muestra. La oscuridad y la decoración, unidas a la música de la primera etapa de la banda junto a Sid Barret, hacen que uno tenga la impresión de estar adentrándose en uno de los clubes en los que aquellos Pink Floyd ofrecieron sus primeros conciertos. La banda ha pasado por numerosas etapas a lo largo de su carrera y no podría escoger ninguna sobre las otras pero siempre tuve la impresión de que esa primera etapa puramente experimental fue determinante en cada momento en que la banda existió posteriormente. Adoro discos como “The Dark side of the Moon” o “The Wall”, imprescindibles, pero al mismo tiempo no puedo dejar de echar la vista atrás y anhelar lo que hicieron junto a Sid. Y así se refleja en estos primeros momentos pues podríamos decir que la primera parte de la exposición es fundamentalmente Sid. Es básico reconocer el genio de Sid para ser capaz de identificar la genialidad de la banda en todo cuanto hizo a continuación.

Me pareció un gran acierto dedicar esas dos primeras salas a la capacidad de experimentación de la banda y su espíritu innovador tanto en la música como en las artes escénicas o visuales. A sus colaboraciones con los directores Barbet Schroeder o Antonioni, a la composición de las bandas sonoras para sus películas, con el coreógrafo Roland Petit para el Ballet Pink Floyd o a su participación de la vanguardia cultural de la época y la creación de “Atom Heart Mother”, un disco que les abriría a nuevas complejidades compositivas. Y me parece también un gran acierto que esta etapa se cierre con la grabación de la película “Live at Pompei” y el disco “The Dark Side of the Moon”. Ambossucesos marcan un fin y un principio para la banda. Un fin a un largo proceso de búsqueda y el principio que supone emerger de ese proceso con el resultado definitivo de esa búsqueda. Creo que eso es lo que supone “The Dark Side of the Moon”, es la puerta de entrada a la inmortalidad, el Santo Grial de la banda si me dejáis elevar el tono. Pero a la vez es el salto definitivo a la fama, con sus ventajas y sus inconvenientes.



La siguiente sala está dedicada a “Wish you where here”, el disco que el grupo dedica a la ausencia, a Sid y tal vez a ese sentimiento de vacío que les deja la consumación de sus expectativas. Es el valle tras el clímax que supone “Dark Side”, un disco complejo y lleno de pesar. Por el tiempo, los amigos y las oportunidades que ya no volverán. Es el adiós necesario a los fantasmas de la infancia antes de crecer y sentirnos adultos, antes de pasar a formar parte de la máquina. Lo cual en cierto modo refleja la siguiente sala, el taller de los instrumentos, donde se expone gran parte del armamento de la banda para la grabación de los discos y sus presentaciones en directo. Claro que la estrella de la sala son esas dos pequeñas mesas de sonido en las que poder jugar a hacer una remezcla de “Money”, os juro que el efecto está de lo más conseguido.

El concierto de Knebworth del 75 y el proceso compositivo del disco “Animals” componen el pasillo de acceso a lo que se podría llamar como la sala de los hinchables, donde cuelga el profesor de “The Wall” y el cerdo de “Animals”. A Pink Floyd no le gusta la “máquina”. Construyen su crítica al sistema de clases a través de la fábula “Rebelión en la granja” de Orwell en su disco “Animals” y hacen volar un cerdo hinchable sobre la central eléctrica de Battersea para su portada. Y Roger Waters se enamora de la idea y decide que utilizarán más objetos voladores para la mastodóntica gira de presentación del disco que se llamará “In the Flesh”. Y de esta forma el campo queda abonado para su siguiente disco definitivo “The Wall”.



Compré el doble vinilo de “The Wall” con apenas trece años en un puesto de feria y sin posibilidad de escucharlo, pues se había roto la aguja de mi tocadiscos. Entonces yo no conocía una forma más efectiva de conseguir una aguja que esperar al repuesto de la tienda local de electrodomésticos y me pasé las siguientes semanas repasando con los dedos (y con la mente) los dibujos y las letras del disco sin ser capaz de escuchar una sola nota. Imaginaba como debía sonar y traducía aquello que conseguía comprender de sus letras. Resulta increíble pensar que hubo un tiempo en que el rock era algo minoritario y no resultaba fácil encontrar emisoras especializadas que programasen algo que no fuesen las listas de éxitos. El sistema de la radiofórmula siempre ha apestado pero entonces era aún más insidioso. Y cuando al fin pude colocar la aguja nueva sobre los surcos del disco y escuchar lo que se escondía entre ellos fue incluso mejor de lo que esperaba.

La historia es más que conocida, el grupo se sentía cada vez más distanciado de su público y Roger Waters decidió escribir esta historia sobre el aislamiento. El protagonista es un ser roto que poco a poco construye un muro en torno a sí mismo con el que desconectar de una realidad que le supera. Una estrella de rock abrumada por la fama y los traumas personales que desciende por una espiral de autodestrucción que culmina en la locura definitiva y la catatonia. Y así llevaron a cabo una de las creaciones más sublimes de la historia del rock. La exposición le dedica prácticamente toda la sala a esta obra. Está el muro, el protagonista apático frente a la pantalla del televisor, el profesor, las máscaras que usó la banda para la gira, el maniquí del artista déspota en que se convierte el protagonista. Todo un recorrido por los monstruos que se esconden a uno y otro lado del muro.



Tras este disco la banda se rompe. Roger, se erige en líder absoluto, despide a Wright y compone “The Final Cut” totalmente en solitario. El resto de la banda se ven relegados a una mera comparsa y tras el disco Roger abandona la banda. Los siguientes años son los de la lucha de Gilmour y Mason por continuar adelante y el empeño de Waters por evitar que lo hagan bajo el nombre de Pink Floyd. Y en efecto existió un Pink Floyd tras la marcha de Waters, y grabaron muy buenos álbumes pero se trata de otra banda. Las siguientes salas están dedicadas a esta nueva etapa. A sus discos “A Momentary Lapse of Reason”, “The División Bell” y “The Endless River” además de los discos en directo y recopilatorios “Delicate Sound of Thunder” y “Pulse” obviando por completo la carrear en solitario de Waters. Es de suponer que, a pesar de alguna reunión puntual, debe seguir existiendo una tensión irresoluble entre los miembros de la banda y desconozco si la exposición cuenta con el beneplácito del que un día fuera su alma mater. Cosas del ego.

La exposición termina en una especie de sala de concierto en la que se proyectan canciones interpretadas en directo. Puedes alargar la experiencia o decidir poner fin a la visita, para mí fue simpático aunque no tuvo mayor relevancia, siempre nos quedará youtube.

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