lunes, 20 de mayo de 2019

Crónica: Daniel Romano. Café Berlín, Madrid. 18.5.19


Una tarde de sábado en el Café Berlín


Es extraño programar un concierto a tan tempranas horas del sábado. Tanto que uno no acababa de hacerse a la idea de si está en un after lunch o en los aperitivos previos a la cena, sin embargo este concierto fue especial también por muchas otras razones.

Estamos en Madrid en la tarde del sábado 18 de mayo, día eurovisivo por excelencia, día de los museos y día de agitaciones varias tras la fiestas de San Isidro en la semana previa a unas elecciones al Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid. El sol apenas ha iniciado su descenso vespertino pero la hora del comienzo del concierto es inapelable (a las 22:30 se anuncia otro concierto en la misma sala), y de esta forma, a las 20:30, unos cuantos refugiados de los excesos de esa sintonía irremediable que es nuestra querida ciudad, nos reunimos en el nuevo Café Berlín para presenciar el concierto de presentación del décimo disco de Daniel Romano en la capital del reino.



El nuevo Café Berlín no es otra cosa que la antigua sala We Rock, con lo que es inevitable que uno se pregunte cuanto de una u otra sala prevalece. ¿Es el continente o es el contenido? Y es una verdadera pena que el concierto no completase aforo porque la sensación de estar viviendo una actuación única flotó en el ambiente durante todo el concierto. Pocos pero afortunados, y muchas caras conocidas, y muchos gestos de asentimiento y expresiones de satisfacción cada vez que la banda arremetía con un nuevo tema. Una banda perfectamente engrasada que acometía cada uno de los temas como si le fuese la vida en ello y que incluso se permitía el lujo de bromear simulando una primigenia sesión de ensayo en el que cada uno de los músicos fingía buscar la posición de los dedos del otro mientras tocaban sus instrumentos como falsos principiantes.

Desde el momento en que hicieron acto de presencia sobre el escenario para interpretar una versión electrificada de “Empty Husk” (canción con la que abre su último disco), con un Daniel Romano disfrazado cual troskista ratón de biblioteca, hasta el final con ese improvisado “cha cha cha” con que denominaron los tres golpes de acorde con los que se despidieron del público tras “When I learned your name”, la impresión fue la de haber sido atropellado por una auténtica apisonadora de buen rock n’ roll. La base rítmica compuesta por su hermano, Ian Romano, y el bajista Roddy Richmond, servía de rotundo contrafuerte sobre el que construir las melodías de guitarras y voces que completaban el guitarrista David Nardi junto al propio Daniel Romano. Y así dejaron caer canciones como “Long Mirror of time”, Nerveless” o “Human Touch” en una actuación impecablemente enérgica en la que sólo faltaba el clásico “one, two, three, four” de Dee Dee Ramone con el que empalmar un tema con el siguiente. No hubo descanso ni hubo concesiones, era necesario exprimir el poco tiempo del que disponían y eso es lo que hicieron sin otros efectos que un depuradísimo sonido (sorprendentemente cristalino), o algún que otro juego de escenario, porque el concierto era ante todo un viaje en el que estaban incluidos los mejores momentos de todas las influencias que caracterizan a este ecléctico compositor, un viaje a lomos de una maquinaria de calculada ingeniería que reinterpretaba el espíritu de tiempos más dichosos. Es inevitable repetir nombres como el de Dylan, Bowie o los Who cuando rememoro el concierto. 



Me queda el pesar de saber que esta no es más que una de las diferentes encarnaciones de Daniel Romano y que valdría la pena verlo en otros formatos. El canadiense es un músico de muchos talentos y múltiples facetas y eché de menos algo de los psicodélicos paisajes de su último disco o de la pureza country de sus primeros días. Pero ante todo me queda la satisfacción de pensar que aquellos que estuvimos en el Café Berlín el pasado sábado vivimos una oportunidad que no se volverá a repetir, y sinceramente espero que así sea, porque creo que merece un público más amplio y un mayor reconocimiento. Y ahora deberían encerrarse en un estudio y capturar nuevas canciones, porque sería una auténtica lástima que esta gira no diese frutos. El tiempo que vivimos es una espiral en constante aceleración y quien sabe que será lo próximo que capte nuestra atención contribuyendo a la vez al olvido. Sería estupendo poder volver atrás de alguna forma de vez en cuando.

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