jueves, 28 de abril de 2016

The Long Ryders + Dan Stuart, Sala El Sol, Madrid, 26 de abril del 2016

Los 80’s no fueron ese vientre fecundo de creatividad musical que el mundo del marketing y la televisión trata de vendernos ahora con tanto afán, no. Para aquellos a quienes nos aburría hasta la muerte - cerebral y cardiovascular - la sobriedad de las canciones de Spandau Ballet, quienes no encontrábamos la gracia a la sofisticación de Culture Club o Duran Duran, o para aquellos que decidíamos vehementemente ignorar el pop saltarín de Bananarama y el resto de bandas de la factoría Hitsville del momento – Stock, Aitken & Waterman -, los 80’s fueron un desolador erial.

Los 80’s fue la década en la que todo se fue a la mierda. Los años en los que la mercadotecnia se apropió de todo aquello que era genuino y era hermoso, lo prostituyó, le puso una etiqueta y lo posicionó en la MTV, o en Wall Street para el caso. Los ingenieros de finanzas se apropiaron de la industria musical y empezaron a ver números donde antes había corazón. Se fabricaron bandas y se desterró todo aquello que no fuera fácilmente manipulable. New Kids on the Block eran la marca perfecta, el gran ejemplo para aquella sociedad, envasado y listo para servir. Pero como diría el caustico Bill Hicks: “¿Desde cuándo la banalidad y la mediocridad han sido un buen ejemplo para vuestros hijos?”.

La consecuencia inmediata fue el nacimiento de las pequeñas compañías independientes, a través de las cuales alguna que otra banda con verdadero criterio llegaba a colarse en el escenario. Así movimientos como el Noise, el Crossover o el Grunge surgen en gran parte como reacción a esta escena de estética aséptica. Pero también existieron movimientos más pequeños como el Paisley Underground, que durante los primeros años de la década trataba de articular en Los Ángeles un sonido propio capaz de compaginar el Punk con el Country Rock.

Dentro de esa escena, The Long Ryders, junto a bandas como Green on Red o Bangles, englobaron algo más grande que en estas latitudes se dio en conocer como nuevo rock americano – Alt. Country en el original - que incorporaba a otras bandas del circuito universitario americano como R.E.M., Jason and the Scorcheers o The Replacements y que mantuvo vivo el espíritu de las décadas precedentes. Herederos del rock de raíces en una época que evitaba mirar al pasado, recogían la influencia de gentes como Buffalo Springfield, Dylan o Gram Parsons mientras mantenían el espíritu de agitación de aquellos años de continuos cambios. Como ellos mismos expresaban en una de sus canciones más emblemáticas, “el hijo salvaje definitivo”.

Así entonces el concierto de la pasada noche en la sala El Sol se convertía de alguna forma en un homenaje a todas aquellas bandas olvidadas que mantuvieron vivo el legado e inspiraron a nuevas generaciones a seguir su ejemplo. The Long Ryders, reunidos con ocasión del lanzamiento de la caja “Final Wild Song” que recoge grandes éxitos y grabaciones rescatadas de sus primeros discos – parece que problemas con los derechos de las canciones de “Two fisted tales” han evitado que se incluyan en esta recopilación – se embarcaban en una gira por estas tierras acompañados de un invitado de lujo, el exGreen on Red Dave Stuart.

¿En que andan “cobrones”?

No había sorpresas en la actuación de Dan Stuart. La nostalgia de unas canciones que se mantienen vivas en el recuerdo de muchos de los presentes y la simpatía de un Dan Stuart que no dejó de practicar en todo momento su esperpéntico español heredado de la región fronteriza del sur de los Estados Unidos. Con una desconchada guitarra Martin en mano y ningún otro atributo salvo su voz áspera se dedicó durante los escasos 20 minutos que duró su actuación a desgranar algunos de los temas del repertorio de Green on Red frente a un público deseoso de divertirse que no paró de corear los estribillos. Así cayeron joyas como Death and Angels, Sixteen ways, That’s what dreams are made for, You Couldn’t get arrested o Time ain’t nothing, canciones que desprovistas de todo artificio, desnudas en su sencillez, cobraban nuevos matices. Y es que la grandeza de la música reside en la mayoría de las ocasiones en la simpleza básica de una melodía rasgueada en una guitarra medio rota o susurrada por una voz familiar.

No dio para mucho más la interpretación de Dan Stuart, salvo para recordarnos que aquella iba a ser una noche especial donde podríamos disfrutar del buen hacer de sus muy buenos amigos Los Long Ryders

“Forajidos de Leyenda”

Con la bandera de la República de California a un lado y el espíritu de Elvis al otro, no tardaban mucho en aparecer sobre el escenario los chavos Sid Griffin, Stephen MCarthy, Tom Stevens y Greg Sowders, listos para mascar viejo rock ‘n’ roll y escupirlo sobre la audiencia. Y así lo demostraban desde el primer momento con clásicos como Run dusty run, Lights on downtown, Stitch in time o Gunslinger man, que fueron lanzadas una tras otra sin apenas descanso dejando claro que The Long Ryders no fueron nunca grupo de un single y que guardan en la trastienda auténticas maravillas. Sin embargo los años no perdonan, sobre todo los años de inactividad como banda, y no faltaba en este comienzo de concierto alguna que otra torpeza a las cuerdas que Sid salvaba de la mejor forma posible, bromeando con el público, haciendo muecas y posando para todo tipo de fotos.

The Long Ryders- Isla de honestidad en medio de los 80´s


Es inevitable recordar al Alex de “La naranja mecánica” cuando miras a Sid Griffin. Aún surcado su rostro por los años y encanecido el pelo es imposible no asociar cierto inquietante parecido con el demente Malcolm McDoewll que protagonizaba la película de Stanley Kubrick. El eterno enfant terrible del rock americano, fiel a si mismo, ejerció de frontman inmejorablemente mientras repartía las labores vocales con sus compañeros Stephen y Tom. Y tras I don’t care what’s right y Tell it to the judge – como rendido homenaje a Elvis – llegó el momento de ponerse sentimentales con Ivory Tower, en la que Sid recordó a su amigo y compositor de la canción Barry Shanks. La contraposición entre las voces de Stephen y Sid - más macarra la de este último y dulce y agarrada la del primero - juega perfectamente en la interpretación de los diferentes tempos y estilos de la banda. Así tanto en Ivory Tower como en Lights get in the way, que interpretaron magistralmente a continuación, la voz de Stephen aporta la melancolía adecuada mientras que Sid se encarga de dar ese toque burlón y descarado a sus canciones.

Sala Sol, 26 de Abril 2016.


Llegados al ecuador del concierto era la hora de las peticiones. Two singles in a row (dos sencillos de una tanda) que gritaba Sid mientras bromeaba con el hito que supuso para ellos el que la canción I want you bad alcanzase los primeros puestos del ranking de más vendidos en Berlín Oeste; si, no la Alemania Occidental sino tan sólo el lado oeste de la ciudad de Berlín. Desde ese momento hasta el final no cesaron una tras otra en descerrajarnos – como si de los bandidos de la película de Walter Hill en la que inspiraron su nombre se tratase – buena parte de los clásicos de su repertorio. I had a dream, Final wild son, Son of misery o Sweet mental revenge, cayeron prácticamente sin descanso mientras que Sid aseguraba que guardaban en la recamara alguna que otra canción más sobre kittens and puppies, para aquel que encontrase demasiado flojo el repertorio. Y como no podía ser de otra forma, se despedían – momentaneamente con la muy solicitada State of my unión, ante un público encantado.

The Long Ryders. Seminales. 


El descanso fue breve, apenas lo suficiente para dejar constancia que se trataba de los bises, y la banda volvía al escenario para despedirse de nosotros con un par de canciones más. Una sentida versión del Don’t Cry no tears de Neil Young con la inestimable aportación vocal de Dan Stuart y la canción más representativa del country punk que interpretaran The Long Ryders desde el comienzo de su carrera. Si hay una canción que podría estar por igual en el repertorio de Sex Pistols y Bob Dylan esa es sin duda Looking for Lewis and Clark, en la que pareciera que emulasen a los dos famosos pioneros de la conquista del oeste en la búsqueda de un lugar común para ambos estilos.

Un excelente concierto cargado de nostalgia pero que nos dejó muy buen sabor de boca, más aún cuando observamos a parte de los protagonistas disfrutando de su público junto al stand de merchandising, y es que da la sensación de que el sentimiento es recíproco entre el público español y los chicos de la banda. Ya lo decía Sid cuando mencionaba lo impresionado que se sentía al ver su foto en uno de los principales diarios del país: “Hasta mi hermana lo ha visto… y ella vive en Alabama”.


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