Los 80’s no fueron ese vientre fecundo de
creatividad musical que el mundo del marketing y la televisión trata de
vendernos ahora con tanto afán, no. Para aquellos a quienes nos aburría hasta la muerte - cerebral y
cardiovascular - la sobriedad de las canciones de Spandau Ballet, quienes
no encontrábamos la gracia a la sofisticación de Culture Club o Duran
Duran, o para aquellos que decidíamos vehementemente ignorar el pop
saltarín de Bananarama y el resto de bandas de la factoría Hitsville del momento – Stock, Aitken & Waterman -, los 80’s fueron un desolador erial.
Los 80’s fue la década en
la que todo se fue a la mierda. Los
años en los que la mercadotecnia se
apropió de todo aquello que era genuino y era hermoso, lo prostituyó, le puso
una etiqueta y lo posicionó en la MTV,
o en Wall Street para el caso. Los ingenieros de finanzas se apropiaron de
la industria musical y empezaron a ver números donde antes había corazón.
Se fabricaron bandas y se desterró todo aquello que no fuera fácilmente
manipulable. New Kids on the Block eran la marca perfecta, el gran ejemplo
para aquella sociedad, envasado y listo para servir. Pero como diría el
caustico Bill Hicks: “¿Desde cuándo la
banalidad y la mediocridad han sido un buen ejemplo para vuestros hijos?”.
La consecuencia inmediata fue el nacimiento de las pequeñas
compañías independientes, a través de las cuales alguna que otra banda con
verdadero criterio llegaba a colarse en el escenario. Así movimientos como el Noise,
el Crossover o el Grunge surgen en gran parte como
reacción a esta escena de estética aséptica. Pero también existieron movimientos
más pequeños como el Paisley Underground, que durante los
primeros años de la década trataba de articular en Los Ángeles un sonido propio
capaz de compaginar el Punk con el
Country Rock.
Dentro de esa escena, The
Long Ryders, junto a bandas como Green on Red o Bangles, englobaron algo más grande que en estas latitudes se
dio en conocer como nuevo rock americano – Alt. Country en el original - que
incorporaba a otras bandas del circuito universitario americano como R.E.M., Jason
and the Scorcheers o The Replacements
y que mantuvo vivo el espíritu de las décadas precedentes. Herederos
del rock de raíces en una época que evitaba mirar al pasado, recogían la
influencia de gentes como Buffalo Springfield, Dylan o Gram Parsons
mientras mantenían el espíritu de agitación de aquellos años de continuos
cambios. Como ellos mismos expresaban en una de sus canciones más emblemáticas,
“el hijo salvaje definitivo”.
Así entonces el concierto
de la pasada noche en la sala El Sol
se convertía de alguna forma en un homenaje
a todas aquellas bandas olvidadas que mantuvieron vivo el legado e
inspiraron a nuevas generaciones a seguir su ejemplo. The Long Ryders,
reunidos con ocasión del lanzamiento de la caja “Final Wild Song” que recoge grandes éxitos y grabaciones
rescatadas de sus primeros discos – parece que problemas con los derechos de
las canciones de “Two fisted tales” han
evitado que se incluyan en esta recopilación – se embarcaban en una gira por
estas tierras acompañados de un invitado de lujo, el exGreen on Red Dave Stuart.
¿En que andan “cobrones”?
No había sorpresas en la
actuación de Dan Stuart. La
nostalgia de unas canciones que se mantienen vivas en el recuerdo de muchos de
los presentes y la simpatía de un Dan
Stuart que no dejó de practicar en todo momento su esperpéntico español
heredado de la región fronteriza del sur de los Estados Unidos. Con una
desconchada guitarra Martin en mano y ningún otro atributo salvo su voz áspera
se dedicó durante los escasos 20 minutos
que duró su actuación a desgranar algunos de los temas del repertorio de Green
on Red frente a un público deseoso de divertirse que no paró de corear
los estribillos. Así cayeron joyas como Death and Angels, Sixteen ways, That’s what
dreams are made for, You Couldn’t get arrested o Time ain’t nothing,
canciones que desprovistas de todo artificio, desnudas en su sencillez,
cobraban nuevos matices. Y es que la grandeza de la música reside en la mayoría
de las ocasiones en la simpleza básica de una melodía rasgueada en una guitarra
medio rota o susurrada por una voz familiar.
No dio para mucho más la
interpretación de Dan Stuart, salvo para recordarnos que aquella iba a ser una
noche especial donde podríamos disfrutar del buen hacer de sus muy buenos
amigos Los Long Ryders
“Forajidos de Leyenda”
Con la bandera de la
República de California a un lado y el espíritu de Elvis al otro, no tardaban mucho en aparecer sobre el escenario los chavos Sid Griffin, Stephen MCarthy, Tom Stevens y Greg Sowders, listos
para mascar viejo rock ‘n’ roll y escupirlo sobre la audiencia. Y así lo
demostraban desde el primer momento con clásicos como Run dusty run, Lights on downtown, Stitch in time o Gunslinger
man, que fueron lanzadas una tras otra sin apenas descanso dejando
claro que The Long Ryders no fueron
nunca grupo de un single y que guardan en la trastienda auténticas maravillas.
Sin embargo los años no perdonan, sobre todo los años de inactividad como
banda, y no faltaba en este comienzo de concierto alguna que otra torpeza a las
cuerdas que Sid salvaba de la mejor forma posible, bromeando con el público,
haciendo muecas y posando para todo tipo de fotos.
The Long Ryders- Isla de honestidad en medio de los 80´s |
Es inevitable recordar al
Alex de “La naranja mecánica” cuando
miras a Sid Griffin. Aún surcado su rostro por los años y encanecido el pelo es
imposible no asociar cierto inquietante parecido con el demente Malcolm McDoewll que protagonizaba la
película de Stanley Kubrick. El eterno enfant terrible del rock americano,
fiel a si mismo, ejerció de frontman inmejorablemente mientras repartía las
labores vocales con sus compañeros Stephen y Tom. Y tras I don’t care what’s right y Tell it to the judge – como rendido homenaje a Elvis – llegó
el momento de ponerse sentimentales con Ivory
Tower, en la que Sid recordó a su amigo y compositor de la canción Barry Shanks. La contraposición entre
las voces de Stephen y Sid - más macarra la de este último y dulce y agarrada
la del primero - juega perfectamente en la interpretación de los diferentes
tempos y estilos de la banda. Así tanto en Ivory Tower como en Lights
get in the way, que interpretaron magistralmente a continuación, la voz
de Stephen aporta la melancolía adecuada mientras que Sid se encarga de dar ese
toque burlón y descarado a sus canciones.
Sala Sol, 26 de Abril 2016. |
Llegados al ecuador del concierto era la hora de las
peticiones. Two singles in a row (dos
sencillos de una tanda) que gritaba Sid mientras bromeaba con el hito que
supuso para ellos el que la canción I want you bad alcanzase los
primeros puestos del ranking de más
vendidos en Berlín Oeste; si, no la Alemania Occidental sino tan sólo el
lado oeste de la ciudad de Berlín. Desde ese momento hasta el final no cesaron
una tras otra en descerrajarnos – como si de los bandidos de la película de Walter Hill en la que inspiraron su
nombre se tratase – buena parte de los clásicos de su repertorio. I had
a dream, Final wild son, Son of misery o Sweet mental revenge, cayeron prácticamente sin descanso
mientras que Sid aseguraba que guardaban en la recamara alguna que otra canción
más sobre kittens and puppies, para aquel que encontrase demasiado flojo
el repertorio. Y como no podía ser de otra forma, se despedían –
momentaneamente con la muy solicitada State of my unión, ante un público
encantado.
The Long Ryders. Seminales. |
El descanso fue breve, apenas lo suficiente para
dejar constancia que se trataba de los bises, y la banda volvía al escenario
para despedirse de nosotros con un par de canciones más. Una sentida versión
del Don’t
Cry no tears de Neil Young con la inestimable aportación vocal de Dan
Stuart y la canción más representativa del country
punk que interpretaran The Long
Ryders desde el comienzo de su carrera. Si hay una canción que podría estar
por igual en el repertorio de Sex
Pistols y Bob Dylan esa es sin duda Looking for Lewis and Clark, en la
que pareciera que emulasen a los dos famosos pioneros de la conquista del oeste
en la búsqueda de un lugar común para ambos estilos.
Un excelente concierto cargado de nostalgia pero que nos dejó
muy buen sabor de boca, más aún cuando observamos a parte de los protagonistas
disfrutando de su público junto al stand de merchandising, y es que da la
sensación de que el sentimiento es recíproco entre el público español y los
chicos de la banda. Ya lo decía Sid
cuando mencionaba lo impresionado que se sentía al ver su foto en uno de los
principales diarios del país: “Hasta mi hermana lo ha visto… y ella vive en
Alabama”.
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